La receta electrónica se ha convertido en uno de los grandes
mitos de nuestro tiempo y tiene soliviantadas a las autoridades, porque piensan
que puede ser el medio definitivo de control del gasto público en medicamentos,
pero las dificultades a las que hay que enfrentarse son enormes. Para conseguir
que cumpla su función, hay que contar con unos diseños de información
homogéneos para los datos y unos sistemas que muestren algún tipo de
compatibilidad.
La realidad es que continuamente están apareciendo problemas de
seguridad y nuevas posibilidades de fraude que no podemos siquiera imaginar.
Además, la receta electrónica requiere como paso previo una tarjeta sanitaria
individual que identifique unívocamente a cada persona y que recoja sus
derechos respecto a una entidad gestora de asistencia sanitaria. Esta tarjeta
tiene que ser leída en cada acto, es decir, en la visita al médico y a la
farmacia, lo que se traduce en la existencia de lectores y un avanzado sistema
que capture la prescripción en tiempo real inhabilitando otras dispensaciones,
pero no está resuelta la constancia de la entrega física del medicamento, por
lo que debe permanecer el cupón-precinto, que es la única garantía de que el
medicamento ha sido anulado para otras dispensaciones en el sistema público y
que el farmacéutico deberá entregar para cobrar. Es decir, desde el punto de
vista de la farmacia, aumenta extraordinariamente la burocracia; desde el punto
de vista del paciente, no supone ninguna mejora en la asistencia, y desde el
punto de vista de la Administración, lo único que se consigue es saber en
tiempo real quiénes son los médicos que se desvían o los que valoran más los
incentivos de la industria que los que les proporciona el sistema público. La
impunidad en el diagnóstico permanece y la racionalidad del tratamiento sólo se
supone. Sin embargo, la receta electrónica parece haberse convertido en una
cuestión de Estado: se ha aprobado un presupuesto millonario para que el
Ministerio de Ciencia y Tecnología elabore un estudio al respecto y en los
Conciertos con las distintas administraciones sanitarias se programan
inversiones millonarias en tecnología, buena parte de las cuales se harán a
costa de la economía individual del farmacéutico, que no llegará a comprender
el porqué de todo esto si, a fin de cuentas, sigue teniendo que facturar
papeles y entregar los cupones como siempre.
NUEVOS PROBLEMAS Y NUEVAS SOLUCIONES
La complejidad de lo que se avecina es tan grande que muchos
no saben de lo que pueden llegar a ser víctimas. Así, las Administraciones
Sanitarias diseñan sistemas que convertirían al farmacéutico en funcionario
virtual, es decir, sin sueldo ni derechos, por la sencilla vía de transformar
su actividad en mero terminal de los ordenadores de la comunidad autónoma
correspondiente. Se han planteado solu- ciones más o menos elaboradas para que
esto no ocurra, pero algunas son tan burdas que no garantizan nada. La única
estrategia del farmacéutico consiste en no escuchar cantos de sirena y
prepararse para la defensa de su actividad privada, aunque de interés público.
Los escasos diseños en los que se asegura la libertad a través de una red
inviolable y una comunicación única --a través del Colegio-- con la
Administración acarrean cuantiosas inversiones que, si bien serán difíciles de
entender para el farmacéutico, constituirán la única garantía de independencia.
La receta electrónica a través de Internet, aunque se mueva en lo que se
denomina «zonas oscuras», no garantiza la independencia y podría volverse en
contra de todos. El peligro se llama concertación individual y la única forma
de evitarla es disponer de una red segura como la de los bancos, una salida
única hacia la Administración en el Colegio y unas tijeras --esto es broma-- para
cortar el cable ante la menor señal de peligro. Sin embargo, los diseños
seguros no valen únicamente para defenderse de la Administración y pueden tener
múltiples aplicaciones para conseguir mejoras en la obtención de información,
en las compras y en otras cosas que hoy por hoy aún no podemos siquiera
concebir, como, por ejemplo, gestionar sin favoritismos la atención a centros
socio sanitarios o hacer frente competitivamente a las farmacias de 24 horas,
cuyo servicio puede ser superado solamente si se dispensa a domicilio y con
todas las garantías a través de las farmacias de guardia de cada día.
Desde un punto de vista político, la farmacia puede hacerse
más fuerte frente a las tendencias liberalizadoras, y la unidad, tan reclamada
hasta ahora por los que siempre están dispuestos a perder algo, tendría un
nuevo significado: consistiría en resistir y no perder.
En todo este proceso debe tener también su espacio la
Atención Farmacéutica. Ahora será posible saber toda la medicación que usa el
paciente; se podrá rellenar fácilmente la ficha del paciente y adelantarse a
señalar los problemas relacionados con el medicamento (tabla II). Así pues,
tenemos ante nosotros un gran reto tecnológico en el que se deben poner a
pensar las mejores cabezas de la Farmacia, buscando lo que más pueda
interesarnos como colectivo, sin perder el norte de una Farmacia con estilo
propio y alejada de planteamientos anglosajones en los que, por cierto, casi
nada está en el nivel de desarrollo en que nos encontramos. Ante este panorama,
habrá farmacéuticos que tiemblen por lo que se nos avecina si nos dejamos
llevar por los futuristas, y a ellos habrá que recordarles lo que decía un
amigo: ¿en qué Ley está que el farmacéutico tenga que tener ordenador en la
farmacia?
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